La trayectoria de Esther Rodríguez-Villegas (Sanlúcar de Barrameda, 1974) es tan apabullante que podría permitir, con las dosis de fortuna necesarias, que un buen productor de Hollywood decidiese inspirarse en ella a lo Alan Turing. Igual que el súper-matemático británico, capaz de descifrar el código secreto que los nazis utilizaban para comunicarse, Rodríguez-Villegas ha pulverizado barreras profesionales y académicas con una actitud desafiante ante los problemas y un espíritu optimista y arrollador.

Actualmente, esta andaluza es catedrática en el Imperial College de Londres, una de las diez universidades más prestigiosas del planeta; dirige la startup Acurable, que acaba de lanzar su primer producto (un dispositivo del peso de una moneda de euro que diagnostica la apnea obstructiva del sueño); y pertenece a la Royal Academy of Engineering, la institución con la que todo ingeniero británico sueña desde pequeñito.
“Vengo de España y he llegado hasta aquí”, afirma para desmontar la narrativa de lo imposible. “La mía es una familia de maestros, pero yo no he heredado el gen. Dos horas de clase a la semana (diseño electrónico) las disfruto, si fuesen 15 se me harían pesadas. Me motiva el contacto con las nuevas generaciones y poder influir en el camino que toman”.
La historia arranca con un dilema y una elección. “Alguien me dijo que las matemáticas eran demasiado abstractas y yo quería algo que me mantuviese en contacto con el mundo real, así que me decanté por la física. En realidad, habría estudiado astrofísica, pero mi padre me advirtió que no iba a subvencionarme una vida en Canarias observando las estrellas”, bromea.
Después de la carrera, solventada con buenas notas, llegó el doctorado. Le sugirieron que optase a una beca de investigación en el área de la electrónica, donde desde hacía cuatro años no se concedía ninguna. Se la dieron e hizo las maletas rumbo al Centro Nacional de Microelectrónica.
“Aquello al principio no me gustaba, pero un buen día me fotocopiaron un artículo equivocado y lo que leí me atrajo. Le dije a mi director de tesis que por qué no me orientaba en esa dirección y me contestó que no se podía trabajar en un problema que llevaba 20 años sin solucionarse. Trabajé de tapadilla en ese problema y logré solucionarlo. Inventé técnicas de circuitos integrados que permiten reducir muchísimo la potencia utilizada”.
A estas alturas, la cotización de Rodríguez-Villegas sube como la espuma. Aún inmersa en la vida académica, el fundador de Toumaz Technologies, una startup londinense de diseño de circuitos integrados, le tiende un cheque en blanco. “Vente cuando quieras, elige el hotel que más te guste y saca tiempo para colaborar con nosotros”, le dijo Christopher Toumazou. Durante dos años, eso fue lo que hizo.

Poco después, los astros se alinearon todavía más. El Imperial College sacó una plaza y Esther Rodríguez-Villegas lanzó su solicitud el día en que el plazo expiraba. Se impuso a decenas de aspirantes, obtuvo seis meses de tregua para acabar su doctorado e inició un periplo que abarca desde octubre de 2002 (profesora asistente) hasta hoy (catedrática de Electrónica de Baja Potencia, la única mujer con semejante rango en su facultad).
Libertad total
“La historia se complica cuando comprendo que quiero un proyecto con implicaciones sociales. Es curioso. Decido dedicarme a temas de salud cuando me han contratado en una escuela de ingenieros de electrónica, pero la grandeza de esta institución es que te deja hacer lo que quieras mientras demuestres que a nivel mundial eres de las mejores”, rememora.
En Chalfont, un lugar perdido en mitad de la campiña inglesa, Rodríguez-Villegas había visitado una comunidad creada por enfermos de epilepsia en la época en que esta enfermedad conllevaba un fuerte estigma social. “La comunidad creció, se hicieron donaciones y hoy es un centro de referencia. En ese centro, sin embargo, había gente con cables saliéndole de la cabeza. Los monitorizaban durante semanas para identificar el foco de la epilepsia”.
Aquel método era incómodo y farragoso, de modo que la catedrática decide mover ficha. “Pensé: voy a crear sistemas inteligentes muy pequeños y fáciles de usar, que se puedan llevar en cada momento y extraigan información de utilidad médica”.
Así surge el Wearable Technologies Lab del Imperial College que Rodríguez-Villegas lidera desde 2008. “Lo que ocurre es que las universidades no son el mejor entorno para convertir la investigación en un producto: entonces obtengo la propiedad intelectual de la idea y monto Acurable. La idea base es habilitar el diagnóstico de enfermedades que hoy día requieren muchos recursos humanos y financieros al afectar a muchas personas”.
Diminuta revolución
El producto ya comercializado, AcuPebble SA100, se vende directamente a los hospitales para que sea cada médico quien decida si el paciente lo usa. Entre los primeros compradores se encuentra el hospital de Jerez.

“La apnea obstructiva del sueño afecta al 10% de la población. Las personas dejan de respirar hasta 60 veces a la hora en mitad de la noche y las paradas son de 10 segundos cada vez. Esto se traduce en cansancio y en un aumento del riesgo de enfermedades cardiovasculares. Ahora mismo, el paciente se marcha a casa con un sistema formado por un montón de sensores o va a una clínica del sueño, que es aún peor”, describe Rodríguez-Villegas.
“Cuando te colocan infinidad de sensores y una caja en la barriga, muy bien no duermes -continúa-. Además con frecuencia las señales emitidas no son válidas. Y luego el médico tarda una o dos horas por paciente para interpretar dichas señales y determinar si el paciente tiene la enfermedad. Y más del 80% no son diagnosticados”.
Con Acurable, el paciente obtiene un dispositivo del peso de una moneda de euro que se coloca en el cuello, dispone de una app que le guía y duerme como le viene en gana. Cuando el test termina, las señales van a la nube y el algoritmo cocina el diagnóstico.
Bienestar animal
En marzo de 2017, la emprendedora gaditana cofundó TainiTec, una muestra más de su bendita osadía. El Gobierno británico financia la invetsigación para eliminar a los animales de los experimentos de laboratorio o mejorar sus condiciones cuando las pruebas son inevitables (es el caso de enfermedades aún incurables como la demencia senil o el Parkinson).
A los ratones les pasa lo mismo que a aquellos pacientes de Chalfont: al final van atados a un manojo de cables que termina modificando su comportamiento, luego la investigación pierde su razón de ser. Tras otra competición por aportar la mejor idea, venció (cómo no) la de Esther Rodríguez-Villegas. “Querían un sistema de un gramo y medio que en términos de funcionalidad fuese 1.000 veces mejor que el que existía para humanos. Y vamos y lo logramos: creamos el sistema de monitorización del cerebro más pequeño del mundo y con las máximas funcionalidades”.

Deducir que la plataforma tecnológica de Acurable dará lugar a otras aplicaciones no tiene demasiado mérito. La fundadora adelanta que la siguiente incursión será en el campo de la enfermedad pulmonar obstructiva crónica (Epoc) y, más en general, “en la monitorización remota del paciente”.
Respecto al ecosistema startupero, Rodríguez-Villegas se expresa con rotundidad. “Es simplemente maravilloso, aunque como fundadora aclararé que el camino es duro y no vale para todos. Y ahora me pongo el sombrero de catedrática en una de las mejores universidades del mundo y diré que para un recién licenciado no existe mejor experiencia que trabajar en una startup”.
“¿Por qué? Porque una startup entrena a profesionales de una forma que no existe en un ambiente corporativo, donde normalmente te encajonan en un rol y repites, repites, repites. Cuando tienes 22 años y te ficha una startup te enfrentas a tantos retos que es el mejor proceso de aprendizaje”, proclama.
Una mujer tan inteligente es consciente de su carácter contracultural. Sus inventos reinan en un mundo eminentemente masculino. Esther Rodríguez-Villegas ha sido pionera en tantas cosas que sabe que la bandera femenina “hay que agitarla siempre”.
“Aunque algunos intenten ocultarlo, seamos francos: para nosotras sigue habiendo más dificultades. Y no sólo si estás abajo en la cadena profesional. Arriba también se nota. A un hombre lo llaman asertivo o divertido y a una mujer agresiva o histérica”, lamenta.
Demoliendo prejuicios, derribando barreras y ateniéndose al esplendoroso bagaje de sus descubrimientos, esta gaditana es en sí misma una bandera del infinito potencial que esconden el talento, la visión y la audacia.