Han tenido que transcurrir dos años y medio de pandemia para comprender lo entretejidas que están las economías del planeta. Si un obstáculo atasca la cadena mundial de suministro, todo el sistema tiembla. Aunque el covid haya actuado como espejo de la interdependencia de los estados, también ha acelerado cambios que ya estaban en marcha.
La tecnología es el factor transformador por antonomasia. Con avances llamativos y persistentes en cualquiera de las capas que componen la sociedad, el futuro nunca ha estado tan cerca. Potencialmente infinitas, estas alteraciones del paisaje pueden agruparse en cinco ejes: geopolítica, sector privado, transporte, salud y relaciones sociales.
En relación con la geopolítica destaca en primer plano la invasión de Ucrania. Jamás antes un conflicto armado fue tan retransmitido, analizado y pronosticado, en gran parte gracias a diferentes soluciones tecnológicas, desde el smartphone hasta los drones pasando por los satélites de alta precisión.
Junto al seguimiento y evaluación de la guerra, palpita un asunto de mayor calado que condiciona la esencia misma del capitalismo: la tecnificación de los países depende en gran medida de materias primas cada vez más cotizadas. El litio que alimenta las baterías de los coches eléctricos es un buen ejemplo. Hallarlo, extraerlo y comercializarlo dará lugar a conflictos cada día más intensos. Marte, por citar otro caso, es un planeta atractivo por su abundancia de tierras raras. La carrera espacial cobra vigencia.
También juega un papel predominante el cambio climático. La crisis de los microchips se ha debido, en parte, a las sequías padecidas por uno de los principales fabricantes mundiales, Taiwán. La subida del nivel del mar y la consiguiente protección del litoral desviarán recursos hacia ese frente, detrayéndolos de otros. Algo similar ocurrirá con la agricultura y sus regadíos. E incluso con el oxígeno. Cualquier solución será tecnológica o no será.
Y existe, por último, un pulso cada vez menos invisible en torno a la ciberseguridad, los datos sensibles y la defensa de las plataformas que sostienen aspectos hoy tan básicos como la infraestructura de telecomunicaciones o la banca.

Menos dramática y más dinámica es la catarsis del sector privado. Hay quienes advierten que la startup de hoy será la pyme del mañana debido a un exceso de competencia y capital que hará cada vez más difícil la aparición de unicornios (compañías valoradas en más de 1.000 millones).
De cualquier forma, la definición de la startup se matizará, porque, como ya se observa, el elemento tecnológico será inherente a cualquier actividad económica, desde la tienda de zapatos de barrio hasta el más monstruoso marketplace.
En la esfera empresarial se vislumbran tendencias que han venido para quedarse. Una de ellas es el teletrabajo o, dicho más ampliamente, la flexibilidad de horarios y organizaciones en la consecución de unos objetivos. Herramientas de monitorización del progreso, vídeo-llamadas, externalización de esfuerzos antes desempeñados por humanos gracias a proveedores tecnológicos, nómadas digitales y presencia en las redes sociales son características habituales de la era post-covid.
Entendido en su máxima expresión, el tercer eje es la movilidad. Le guste o no a la mayoría, el control exhaustivo de tantos aspectos del sistema se extiende también al individuo. Frente al planeta descrito por Stefan Zweig en sus memorias (El Mundo de Ayer, Acantilado), carente de fronteras y pasaportes, el nuevo escenario es mucho más áspero.
Esta prudencia dictamina poco a poco las hechuras de un turismo más a medida, más informatizado y con mayor aversión al riesgo. Si el viajero está en el centro de la diana, el sector se encamina hacia el rigor, la exquisitez y el dato.
Movilidad significa asimismo transporte, y aquí caminan de la mano, más lentamente de lo deseado, hidrógeno y electricidad por mar, tierra y aire. A escala urbana es quizás donde más se percibe el avance: patinetes y e-bikes han redoblado su presencia en las ciudades.
El apartado más futurista incluye taxis aéreos, motocicletas voladoras, hyperloops y entramados de túneles subterráneos.

Curiosamente, mientras los indicadores planetarios palidecen, la salud se robustece. Proverbial es el sueño de la inmortalidad, perseguido por equipos de científicos estimulados salarialmente por algunas de las figuras más ricas del planeta.
Sin ir tan lejos, otra vez la pandemia es la prueba del algodón. Nunca antes había suministrado la ciencia soluciones tan rápidas a problemas tan virulentos. En general, la esperanza de vida crece e incluso algunas de las enfermedades más rebeldes comienzan a ceder terreno.
La nanocirugía, los wearables con aplicaciones médicas, las vídeo-consultas, los test de detección precoz, la robótica asistencial y una nueva remesa de vacunas elevan la protección de la población y permiten albergar esperanzas sobre el verdadero próximo reto, testado ya con éxito en ratones: minimizar los efectos del envejecimiento.
Como ocurre con los viajes, la logística, las finanzas, los videojuegos, la educación, el comercio y la agroindustria, la salud es el paraguas perfecto para decenas de startups con soluciones disruptivas. Muchas de ellas serán incorporadas como complemento por la sanidad pública en los años venideros.
El quinto eje, el más transversal, es la propia sociedad en su milenario entramado de relaciones. Al hilo del párrafo anterior puede profundizarse un poco más en su actual estado.
Los más jóvenes (a veces también los más veteranos) tienen amigos a los que nunca han visto gracias a las redes sociales. El amor se busca en aplicaciones como Tinder. La tienda es el ordenador, con cientos de miles de artículos a tiro de clic y disponibles en 24 horas. Los mejores alojamientos ya no dependen de una cadena hotelera. Ni los vuelos más baratos de una agencia de viajes. Hay quien construye ya oficinas en dimensiones paralelas. Y quien compite como gamer con rivales de las Antípodas sin moverse del salón.
Esta digitalización social imprime al ciudadano una progresiva conciencia del medio en que se mueve. La marca personal, las aspiraciones profesionales, las opiniones políticas y hasta los gustos más íntimos se vuelcan en el repositorio de Internet, un lugar tan plagado de peligros como de oportunidades.
Dicha conciencia preludia la aparición de una especie inédita, el homo bionicus, fusión de carne y chip, y de un escenario intrigante, el metaverso, donde la silueta virtual permitirá a la persona que la maneja acceder a posibilidades inimaginables.